¡Hola viajeros! Ya estamos de vuelta por aquí. Hace algunas semanas estuvimos de viaje por tierras irlandesas. Siempre quise visitar la Isla Esmeralda, y la excusa de visitar a una buena amiga me lo puso muy fácil.
Como siempre, organicé todo con bastante antelación, y en agosto ya tenía los billetes para viajar en febrero. Sé que puede parecer muy loco, programar con tanta previsión sin contar las posibles variantes, (lo sé, pueden pasar mil cosas: que cambiemos de trabajo y no nos permitan días libres, que caigamos enfermos, que la compañía aérea quiebre... sí, sí, lo sé), pero es la mejor forma de ahorrarse un pico.
Os cuento los preparativos:
-mirar en la página de la aérea elegida los vuelos a destino y las fechas en que son más baratos. Si tienes libertad para escoger las fechas, aquí te puedes ahorrar bastante. En este caso, elegí la semana que más barato salía. Una advertencia: si vuelas con Ryanair, desde noviembre de 2018 las maletas de cabina dejan de ser gratis en los vuelos, así que hay que tenerlo en cuenta. A mi, como tenía los billetes comprados con antelación y sí que me correspondía subirlas gratis, me lo permitieron facturándolas con coste 0.
-una vez tengamos los vuelos, buscamos alojamiento. Sí, siempre primero el avión y después el hotel. Tendremos que acoplarnos siempre a los días de vuelo, ya que no todos los destinos tienen más de uno o dos vuelos semanales. En el caso de Dublín, el alojamiento es bastante caro y no demasiado bueno, así que hubo que investigar bastante. Yo, en el 95% de las veces, reservo a través de Booking.
-averiguar cuánto cuestan los traslados al aeropuerto, los posibles restaurantes low cost y también, aunque me pese, los McDonalds que hayan cerca. Te salvan más de una comida o cena.
-mirar la previsión del tiempo cuando falte un mes, para saber qué meter y qué no meter en la maleta. Recordemos que viajamos siempre con la de cabina, y hay que amortizar el espacio.
Bien, con estos puntos más o menos resueltos, así transcurrieron mis cuatro días en Dublín
Como siempre, organicé todo con bastante antelación, y en agosto ya tenía los billetes para viajar en febrero. Sé que puede parecer muy loco, programar con tanta previsión sin contar las posibles variantes, (lo sé, pueden pasar mil cosas: que cambiemos de trabajo y no nos permitan días libres, que caigamos enfermos, que la compañía aérea quiebre... sí, sí, lo sé), pero es la mejor forma de ahorrarse un pico.
Os cuento los preparativos:
-mirar en la página de la aérea elegida los vuelos a destino y las fechas en que son más baratos. Si tienes libertad para escoger las fechas, aquí te puedes ahorrar bastante. En este caso, elegí la semana que más barato salía. Una advertencia: si vuelas con Ryanair, desde noviembre de 2018 las maletas de cabina dejan de ser gratis en los vuelos, así que hay que tenerlo en cuenta. A mi, como tenía los billetes comprados con antelación y sí que me correspondía subirlas gratis, me lo permitieron facturándolas con coste 0.
-una vez tengamos los vuelos, buscamos alojamiento. Sí, siempre primero el avión y después el hotel. Tendremos que acoplarnos siempre a los días de vuelo, ya que no todos los destinos tienen más de uno o dos vuelos semanales. En el caso de Dublín, el alojamiento es bastante caro y no demasiado bueno, así que hubo que investigar bastante. Yo, en el 95% de las veces, reservo a través de Booking.
-averiguar cuánto cuestan los traslados al aeropuerto, los posibles restaurantes low cost y también, aunque me pese, los McDonalds que hayan cerca. Te salvan más de una comida o cena.
-mirar la previsión del tiempo cuando falte un mes, para saber qué meter y qué no meter en la maleta. Recordemos que viajamos siempre con la de cabina, y hay que amortizar el espacio.
Bien, con estos puntos más o menos resueltos, así transcurrieron mis cuatro días en Dublín
DÍA 1: LLEGADA Y ACOMODAMIENTO.
Nuestro avión salía de Manises a las 12'35h y aterrizaba a las 14'25h, hora local. Como anécdota, en la cola de embarque coincidimos con un tío de mi querida Emma, que iba también a visitarla en compañía de un amigo. Ya desde allí hicimos piña, y durante todo el viaje viajamos en plan familia. Una vez recogidas las maletas, los tíos de Emma tenían billete con el autobús lanzadera del aeropuerto, pero nosotros cogimos por sugerencia de mi amiga el autobús urbano número 16. Los billetes costaron 6'60 € los dos (sólo ida, ya que no sabíamos si lo volveríamos a coger a la vuelta, y un bus urbano siempre está disponible), y nos dejaba muy cerca del hotel y del trabajo de mi amiga, que era la primera parada programada.
Como era miércoles, día laborable, y encima en la hora de la sobremesa, cogimos muchísimo tráfico y el trayecto duró una hora más o menos, pero desde luego barato sí que sale y el bus tiene muchas paradas, así que, como a nosotros, alguna te viene bien seguro.
Aparecemos en el curro de Emma, abrazos y besos y presentaciones de compañeros, y después vamos a hacer el cheking en el hotel. El elegido esta vez fue el Latchfords Townhouse, un hotelito en un edificio georgiano con un concepto muy chulo, ya que las habitaciones tienen todas una cocinita equipada con un microondas, un hervidor y una tostadora, su neverita, y además un rincón con una mesa y dos sillas para desayunar y comer. Agradable, céntrico, bien decorado y muy cálido. Repetiría sin dudarlo, y por el precio que está el alojamiento en Dublín, muy asequible.
Tras dejar las maletas, sin casi tiempo de deshacerlas, nos adecentamos para ir a dar una vuelta por la ciudad y de paso, cenar en Temple Bar.
Nos dimos un paseo, en el que cruzamos el puente Ha' Penny, y de allí nos acercamos al edificio de Correos, en cuya fachada aún quedan cicatrices de las últimas revueltas provocadas por el Ira.
Desde allí, nos encaminamos hacia el barrio de Temple Bar. Incluso entre semana, el ambiente es genial y lleno de gente. Al final, entramos a cenar al Oliver St. John. Un pub auténtico, donde degustamos comida irlandesa escuchando música tradicional en directo. La cena en grupo, en una mesa de madera desgastada por el uso y sentados en taburetes altos, era justo la imagen que tenía yo en mente de una noche en un pub irlandés. Fue una toma de contacto genial.
DÍA 2: EXCURSIÓN A IRLANDA DEL NORTE.
Como mi amiga tenía que trabajar, ya que era entre semana, nosotros teníamos comprada una excursión para ese jueves. La elección estuvo entre los acantilados de Moher y la Calzada del Gigante. Al final ganó la segunda, porque la previsión del tiempo era mucho mejor para el jueves que para el viernes, que era cuando se hacía la excursión a los acantilados.
No me arrepentiré nunca. Contratamos la excursión, por sugerencia de Emma, con Paddywagon. El recorrido en bus era largo, porque se viaja a puntos lejanos, pero se visitan los Dark Hedges, el puente de Carrick-A-Rede, la Calzada del Gigante, y la última parada en el centro de Belfast. Si bien es cierto que el tiempo para disfrutar entre paradas es mínimo, no se puede pedir más en un sólo día.
Elegí ésta también porque es de las pocas que se hacen en castellano. El precio por persona es de 60 €, sin incluir comidas ni tampoco la entrada para cruzar el puente de Carrick-A-Rede, que cuesta 10 €. Yo no lo crucé porque tengo muchísimo vértigo, pero la experiencia os aseguro que fue genial, ya que David sí que lo cruzó y le impresionó mucho.
Nos recogían junto a la estatua de Molly Malone a las 7'30h. Tras una primera parada en una estación de servicio para desayunar (dos sandwiches de atún, bastante decentes, y dos bebidas 12'20 €), emprendimos el camino hacia los Dark Hedges.
Este camino no es otra cosa que la entrada a los dominios de una adinerada familia, pero tuvieron a bien rodar aquí una famosa escena de Juego de Tronos, y se ha convertido en lugar de peregrinaje. A mi no me impresionó demasiado, pero lo cierto es que estos árboles centenarios no dejan de tener su encanto.
Este puente lo construyeron los pescadores locales para poder acceder a la pequeña isla, del mismo nombre, que está frente a la costa, ya que en el estrecho que se forma podían pescar grandes cantidades de salmones. El puente tiene una altura de 27 metros, y los fuertes vientos que suelen azotar la costa hacen que no esté nunca quieto del todo.
Yo me limité a tomar fotos desde otro punto, y poder admirar la riqueza del paisaje.
De aquí fuimos a un restaurante a comer, con muy poco tiempo pero lo tienen todo muy controlado, ya que es un self-service en el que sólo hay cinco opciones de platos combinados y luego vas directamente a caja. Nosotros elegimos el típico Irish Stew, que no defraudó, acompañado de una generosa rebanada de soda bread y un poco de mantequilla salada y de mermelada de fresa, acompañados de una cocacola y un agua con gas. Delicioso todo y por unos 25 €.
Reanudamos nuestro camino y nos llevaron a la Calzada del Gigante. Para quien no sepa de qué se trata, es un paraje natural, en el cual unos miles de columnas de basalto, que emergen del mar y tienen forma hexagonal, encajando perfectamente unas con otras como si de un puzzle se tratase, conforman lo que parece una autopista (de ahí que se le conozca como "calzada"), que se adentra en el mar. Lo más curioso, es que las mismas columnas emergen al otro lado, en la costa escocesa.
La belleza del lugar es indudable. Si bien la explicación a estas formaciones se debe a una actividad volcánica, el imaginario popular tiene su propia leyenda. Aquí la explican muy bien.
De aquí, emprendimos el camino hacia Belfast, no sin antes parar un momento para poder tomar fotos del castillo de Dunluce. Estas ruinas fueron un castillo construido en el siglo XII por el entonces conde del Ulster. Una noche, un navío español se hundió en las rocas sobre las que se asentaba el castillo. Este hecho al parecer hizo que se dañaran los cimientos del castillo, y se derrumbó la zona de las cocinas y cayó al mar. Con el tiempo se fue deteriorando. Es una localización de Juego de Tronos, como tantas más en Irlanda.
Después parada en Belfast. Muy cortita, apenas una hora y cuarto, lo que da básicamente para dar un paseo por los alrededores, fotografiar la torre del reloj (prima hermana pequeña del Bigben Londinense), y comprobar el intenso frío de esta ciudad en pleno mes de febrero.
Después, recogida en el bus y regreso a Dublín sobre las 20´00h. La excursión es intensa, agotadora, pero ves muchos puntos diferentes, y el guía era super majo y lo explicaba todo con muchos detalles. Además, y esto es importante en un viaje tan extenso, el bus tenía wifi gratis. La recomiendo al 100%.
En la próxima entrega, Dublín a pie y un día en Howth.
La belleza del lugar es indudable. Si bien la explicación a estas formaciones se debe a una actividad volcánica, el imaginario popular tiene su propia leyenda. Aquí la explican muy bien.
De aquí, emprendimos el camino hacia Belfast, no sin antes parar un momento para poder tomar fotos del castillo de Dunluce. Estas ruinas fueron un castillo construido en el siglo XII por el entonces conde del Ulster. Una noche, un navío español se hundió en las rocas sobre las que se asentaba el castillo. Este hecho al parecer hizo que se dañaran los cimientos del castillo, y se derrumbó la zona de las cocinas y cayó al mar. Con el tiempo se fue deteriorando. Es una localización de Juego de Tronos, como tantas más en Irlanda.
Después parada en Belfast. Muy cortita, apenas una hora y cuarto, lo que da básicamente para dar un paseo por los alrededores, fotografiar la torre del reloj (prima hermana pequeña del Bigben Londinense), y comprobar el intenso frío de esta ciudad en pleno mes de febrero.
Después, recogida en el bus y regreso a Dublín sobre las 20´00h. La excursión es intensa, agotadora, pero ves muchos puntos diferentes, y el guía era super majo y lo explicaba todo con muchos detalles. Además, y esto es importante en un viaje tan extenso, el bus tenía wifi gratis. La recomiendo al 100%.
En la próxima entrega, Dublín a pie y un día en Howth.
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