DUBLIN EN CUATRO DÍAS (II).

Si ya has leído el post anterior, estás listo para continuar el viaje.

DÍA 3: DUBLIN A PIE.

Nos levantamos temprano y desayunamos en la habitación. El día se presentaba cargadito. Lo primero que hicimos, fue quedar a tomar café con mi sobrina. Sí, la casualidad quiso que ese mismo fin de semana, mi sobrina y su grupo de amigas visitaban también Dublín. Y esta era la única ocasión en que pudimos coincidir.

Como la primera parada, ineludible, fue en Biblioteca del Trinity College, quedamos en una cafetería cercana a la universidad, ya que ellas se hospedaban cerca. Una vez nos hubimos despedido para continuar cada cual con sus planes, nos dirigimos hacia el Trinity College.

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El libro de Kells, como dije en instagram, es lo de menos. Este edificio, dentro de la universidad, data del 1960 y es la edificación más antigua del campus. La entrada cuesta 11€ por persona, y aquí no te puedes escapar. La tienes que comprar si o sí. Y digo sí o sí, porque es un must see, no puedes venir a Dublin y no entrar aquí. Sería un sacrilegio. Una vez dentro de la bliblioteca, el aroma a maderas nobles nos teletransporta siglos atrás, y no olvidemos que aquí se rodaron algunas escenas de Harry Potter. Una maravilla de lugar, aunque siempre esté lleno de gente.


Desde aquí, emprendimos el camino para cruzar el puente Ha' Penny. Aunque ya lo cruzamos la primera noche, queríamos verlo a la luz del día.

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Dimos unas vueltas por los edificios adyacentes, saboreando el ritmo de las calles de esta parte de la ciudad. Después, nos dirigimos hacia el Dublín medieval, en cuyo epicentro se haya la Christ Church, o la catedral de la Santísima Trinidad. Es el edificio religioso más antiguo de la ciudad, pues data de 1030, y uno de los más importantes en cuanto a relevancia cultural. Con la entrada, tienes acceso a la catedral y a la cripta. No tiene desperdicio, la entrada cuenta 7€.

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Como nota curiosa, algunas estancias se alquilan para eventos. Aunque supongo que no será lo más asequible de la ciudad.

Tras la maravillosa visita a la Christ Church, nos encaminamos hacia la catedral de San Patricio. Aquí ya era algo tarde, y no llegaba el tiempo ni el presupuesto para entrar al verla. De todas formas, sí que vimos los exteriores y disfrutamos de sus jardines.

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Emprendimos el camino hacia Temple Bar, a buscar el Mac para parar a comer y visitar esta zona a la luz del día. Sus calles llenas de gente, color y vida son tan llamativas de día como de noche.

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Después de comer, fuimos a recorrer centros comerciales. Pero no unos al uso, sino los más pintorescos que he visitado hasta ahora. Empezamos por el George St's Arcade. Este centro comercial fue el primero que abrió en Irlanda y uno de los más antiguos de Europa. En un pequeño edificio victoriano, se multiplican pequeñas tiendas por doquier. Impresiona el aprovechamiento del espacio y lo bonito que resulta el conjunto, un tanto caótico, de tantos artículos diferentes.

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Tras ojear ese lugar tan auténtico,  la casualidad quiso que entrásemos, sin querer, en el Powerscourt Centre. Y digo casualidad, porque aunque sí había visto este lugar en las recomendaciones para visitar la ciudad, no lo había incluido en mis planes. De hecho, desde fuera es una casa normal, con su fachada de piedra. Pero algo en la puerta nos invitó a entrar, y oh sorpresa. En lo que fue un patio de  luces de una finca, se encuentra el corazón del centro comercial. Y no faltan tiendas maravillosas e incluso una galería de arte. Eso sí, todas prohibitivas. 

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(Aunque encontré una tienda de lanas y me traje unos ovillos de alpaca, ¡y yo más feliz que una perdiz! Cuando acabe mi bufanda os la enseñaré, prometido).

Tras esta visita, se hizo la hora de salida del trabajo de Emma, y nos fuimos a buscarla. Como su trabajo se encontraba en la misma manzana que el centro St Stephen's Green, decidimos entrar a verlo ya que aún faltaba un par de horas para que ella terminase.

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El edificio está totalmente acristalado, y una vez dentro tienes la sensación de estar en un invernadero de un jardín victoriano. Las macetas repletas de plantas que bordean las distintas alturas, contribuyen a ello. Precioso lugar para perderse un par de horas. Por cierto, el rincón favorito de la madre de mi amiga cuando venía a Dublín a visitarla.

Tras arreglarnos un poco, recogimos a Emma y a sus tíos y nos fuimos a disfrutar de la noche dublinesa. Fuimos a cenar a The Black Market, un local que parece un gran almacén de pescado de un puerto, en el que se come en mesas de madera con bancos corridos. El local tiene un pequeño bar arriba, donde puedes tomar algo mientras esperas mesa. Ruidoso y algo oscuro, pero con un ambiente estupendo, buena comida y a un precio más que decente. Por cierto, el agua te la ponen gratis, en una jarra aromatizada con limón y hierbas, que te reponen en cuanto la consumes. No fue necesario que pidiésemos bebida alguna (excepto las cervezas premium de la espera en el bar de la planta alta, claro). Recomendable 100%.

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De aquí, dimos un paseo por las animadas calles de centro, y después a dormir a recuperar fuerzas. Al día siguiente nos esperaba un sábado de cine.

DÍA 4: HOWTH.

El sábado teníamos preparada la excursión más chula de todo el viaje. Nos encaminamos los cinco hacia uno de los lugares más pintorescos de la zona: el pueblecito portuario de Howth.

Cogimos el tren con destino a Howth, que tarda unos 25 minutos en llegar y el billete cuesta 6'25€ ida y vuelta. No está lejos pero el transporte es lento, incluido el tren. El día, eso sí, nos salió despejado y soleado, aunque muy frío. Perfecto para visitar la ciudad portuaria.

Llegamos a destino, y lo primero que visitamos fue el food market, con sus puestos llenos de cupcakes, salchichas y otras viandas super apetecibles.

Después dimos una vuelta por el puerto. Su faro es pequeñito pero muy fotogénico, y no pudimos resistir la tentación de inmortalizarnos con él de fondo. Aunque, me repito, hacía muchísimo frío.



Luego emprendimos el camino hacia la colina cercana con la intención de obtener una vista maravillosa de la bahía. Aquí lo más destacable ya no es sólo la vista desde la cima, sino el camino en sí, ya que está flanqueado por mansiones maravillosas, algunas caídas en el olvido y bastante deterioradas, ya que según nos contó Emma, la mayoría eran herencias que habían recibido sus dueños pero el costoso mantenimiento (y también suponemos que los caros impuestos de la zona), habían precipitado su abandono. Algunas eran auténticos palacios.





Después bajamos al pueblo a tomar un bocado. Entramos en un precioso local, el The Country Market,  digno de una película de Rosamund Pilcher, en el que el bar se hallaba en la planta superior y en la inferior había una tienda de comestibles. Muy pintoresco y fotogénico todo. Aquí probé por vez primera la kombucha, que es muy popular por alli.



Tras un break, continuamos con nuestra visita,  terminando de inspeccionar el precioso pueblo pesquero y de admirar sus coloridas casas, a cual más llamativa.



Aquí ya se nos hizo la hora de comer, los tios de Emma estaban cansados y volvieron a Dublín, pero nosotros teníamos  ganas de más, y fuimos a comer al restaurante favorito de Emma allí: el O'Connells.

Raciones abundantes, una preciosa decoración marinera y un enclave privilegiado enfrente del puerto. Un restaurante super recomendable y no demasiado caro para lo que ofrece. Nos encantó, pero lo mejor fue mi delicioso chowder y la estupenda cerveza roja con la que lo acompañé.



Y claro, lo mejor lo dejé para el final: mi amiga Emma no sabía que Howth tenía un castillo, pero yo que soy la rastreator de la red cuando de viajar se trata, sí que lo sabía, y nos fuimos a visitarlo.



El castillo es un rincón precioso, al lado de la estación de ferrocarril y es de propiedad privada. No obstante, parte de los jardines pueden ser visitados, y allí se ha fundado una escuela de cocina. Un paseo más que recomendable, en el que con suerte podréis observar a parte de la familia en jornada de caza, con sus perros y toda la parafernalia necesaria, componiendo una estampa de lo más british.




Después, emprendimos el camino de vuelta a al city, comentando en el trayecto todo lo visto y vivido esa jornada. Al bajar del tren, nos llevó paseando hacia el centro dando un rodeo, en el cual visitamos por fuera las sedes de Faceboook y de Google, y el distrito en el que están ubicadas. Bastante curioso todo.



A la noche, nos reunimos con sus tíos para la cena, y tras vagabundear un poco buscando donde cenar, nos quedamos en Gourmet Burguer Kitchen. Una hamburgueseria muy céntrica, con infinidad de variedad de burguers, incluso veganas (como la que me pedí yo, deliciosa), y en la que los refrescos te los puedes rellenar tantas veces como quieras. Lamentablemente, esto no sucede con las cervezas... pero son generosas. Buen ambiente, buena localización, buen precio y mejor servicio. Si vienes a Dublín ni te lo pienses: es un must.



Tras disfrutar un ratito de la noche dublinesa, nos recogimos en el hotel. La experiencia estaba llegando a su fin.


DÍA 5: DE TIENDAS.

El último día, decidimos desayunar con Emma y tomarnos un café y un croissant en una cafetería preciosa, antes de darnos una sesión de shopping.

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Recorrimos tiendas como Avoca, en la que nos perdimos un par de horas, volvimos a entrar en St. Stephen Garden, y en otras pequeñas tiendecitas, como una chocolatería que no recuerdo su nombre y en la que vendían  chocolates de Willy Wonka.

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Ya, aquí nos despedimos de ella, en la parada del bus nos abrazamos y nos besamos, y emprendimos el camino hacia el aeropuerto. En Valencia nos esperaba la familia.

¿Qué os ha parecido la escapada? Si tenéis cualquier duda, sólo tenéis que preguntarme, estaré encantada de responderos.

¡Hasta la próxima aventura!



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